Tengo muchas cosas que decir. Pero creo que no sé ni la mitad todavía.
Siempre que observo al mundo a mi alrededor, me antojo de saber de todo lo que dice. Guau yo quiero saber más de eso, y de esto, y de lo otro, lo voy a buscar luego. A veces lo hago, a veces no, pero nunca se me quitan las ganas de saber más, de entender más, de escribir más, de ser más sensible a todo.
En español escribo constante, pero no publico tanto como en inglés. Para mí, el escribir en español es encontrarme con la niña dentro de mi. Es mi mayor intimidad. Es verme al espejo todita, todita y entender un pasado, un presente y un futuro siempre unidos pero no siempre claros. Es abrirle la puerta a mi lado más crítico, es sentirlo todo un poco más, es seducir el error y la contemplación, es abrazarlo todo de corazón y de lanzarme a un vacío donde yo misma extiendo mis brazos para atraparme.
Lo es todo.
Mi terapeuta, al que en realidad ahora llamo más mi guía espiritual que cualquier otra cosa, constantemente me recuerda que es importante escribirme a mi misma, no sólo a los demás. Pienso que lo uno se convierte en lo otro al final, que lo que escribo a veces no va para nadie y a la vez para todos, que muchas veces empieza en mi libreta, después de despertar de un sueño infinito o después de una linda conversación con alguien que quiero, o al final de un día con tanta felicidad (o tristeza) que ya no cabe en mi cuerpo y sólo queda la opción de compartirla, así sea sólo con el papel.
A veces escribo sin rumbo, como lo estoy haciendo ahora, aprovechando que me salen las palabras como si tuvieran alma propia, y a veces con una finalidad específica como me lo recuerda mi guía cuando le escribo a la niña dentro de mí, a la que sólo le escribo en español, porque ella en inglés no existe. La que camina por estas calles de Bogotá que he vuelto a descubrir como mías y la que guarda los mismos miedos que sigo guardando treinta años después, sólo que ahora, ella no sólo tiene sus miedos, sino que también me tiene a mi.
Los días recientes han pasado lentos, a su tiempo. Han estado llenos de caminatas entre frailejones, en búsqueda de agua, de mañanas y tardes de tertulias, esas de tinto a su principio y a su fin donde el paso del tiempo desaparece y perdemos la cuenta de las tantas veces que el gran reloj ha cantado, y de una que otra noche fría en la montaña, con medias de lana y agua ‘e panela caliente.
Han sido días de escuchar historias de familia nunca antes contadas, de darle besos a la abuela y verla sonreír, de preguntas y respuestas, de observar fotos en blanco y negro donde de vez en cuando me encuentro a mi misma, y de subir la montaña con un corazón que ya finalmente se está acostumbrando a latir más fuerte.
o también, invítame a un café.